Mi vida cambió cuando conocí al que hoy es mi marido, porque al casarme, decidí que mi vida era la cocina y estar junto a mi esposo en el restaurante de sus padres, lugar donde comenzó mi experiencia con la cocina, echando una mano mientras todavía estudiaba.
La cocina siempre me gustó, aunque lo que realmente me volvía loca eran los dulces. Desde muy pequeña había acompañado a mi abuela Elena, a la cual también le apasionaban los fogones, preparando todo tipo de postres… que siguen siendo mi debilidad.
De ella aprendí muchísimas cosas, lo cierto es que su recuerdo siempre me acompaña, también mi madre Charo y mi cuñada Beatriz me han aportado valiosos conocimientos, pero sin duda de la que más he aprendido y sigo aprendiendo es de mi suegra Leni, una gran guisandera.
Realmente con ella se puede decir que me he “diplomado”, aunque mi formación continúa día a día.